Algo muy grave está sucediendo en las
aulas de la Universidad. Los alumnos somos testigos y víctimas de un
método que en la primera media hora de clase ya se revela como
erróneo y peligroso.
Los profesores comienzan por afirmar
que la enseñanza se ha equivocado durante décadas y que la
consecuencia es que los alumnos han recibido del profesor
conocimientos que han memorizado sin comprenderlos, sin saber
relacionarlos, y finalmente, los olvidan. La solución, por lo tanto,
es que el alumno construya sus propias conclusiones y conocimientos
gracias a las situaciones que plantea el profesor, en lugar de
recibir clases magistrales: de una manera simplista e
inocente acabo de definir el constructivismo.
Dada esta premisa, en las clases nos
ofrecen ejercicios, apenas palitos y cañas, para que lleguemos desde
nuestro "punto cero" actual hasta la meta que ese profesor, erudito en su materia, ve tan
sencilla de alcanzar. Se nos examinará sobre esa meta a alcanzar,
tanto si llegamos a ella como si no. Es decir, que lo que suceda en
nuestras mentes da igual y no afectará a la actitud del profesor ni a las preguntas del examen:
hay que saber “esto” y “así”... como siempre.
Y aquí llega el problema extremo que
se está generando: cómo deducir cualquier cosa si no tienes ninguna
base de conocimiento sólida y estable en la que apoyarte.
Hay varias utopías educativas, que son
errores que el dichoso constructivismo señala en su teoría, como
construir sobre barro blando, o hacer castillos en el aire, que
estamos sufriendo en nuestras carnes y nuestras mentes, debido a que
estos animosos profesores se han decidido a hacer de su teoría una
realidad en la que nosotros somos conejillos de indias.
No sólo no aprendemos nada, sino que
los conocimientos que arrancamos con sudor y lágrimas de los oscuros
textos y ejemplos que nos proporcionan se apilan peligrosamente sobre
la base inestable que traíamos con nosotros (estos profesores
olvidan rápidamente que somos aquellos alumnos que han recibido una
enseñanza errónea basada en conceptos de los que hablábamos en la
primera clase). Y por supuesto, sin absolutamente ninguna
confirmación por parte del profesor al respecto de si son correctos
o no, si van en este lado o el otro, etc.
Los procesos lógicos a los que nos
someten son tan arduos que somos incapaces de extrapolarlos a otros
contextos. Se producen largos silencios en el aula, respuestas
torpes, miradas inseguras.
No podemos dar más señales de que el
método no funciona y estamos muertos de miedo.
Seguro que estos profesores atribuyen
este revuelo a una edad en la que los jóvenes se quejan y “no
tienen ganas de trabajar”, que son unos flojos, que les falta
experiencia, que... pues permítame, señor profesor, que se lo diga
una persona de mediana edad, licenciada y con varios títulos y
experiencia laboral a sus espaldas, vamos, por si le dice eso algo,
que a saber. Sí: es cierto lo que manifiestan los jóvenes: sufrir
este constructivismo tiránico es estresante hasta el punto de provocar síntomas
físicos. Palpitaciones, insomnio, nerviosismo, irritabilidad.
Constantemente, incluso fuera de clase, tener la sensación de no
saber, de ir dando palos de ciego, de ser menos de lo esperado, de
tenerlo muy negro para el examen.
Estamos deseando aprender y que
nuestros profesores, esos expertos no sólo en la materia sino
supuestamente también en didáctica, nos ayuden a afianzar lo que
sabemos y enlazarlo con lo que no, en lugar de jugar al gato y el
ratón y proporcionarnos horas y horas de sufrimiento con ejercicios
que se escapan a nuestras capacidades inmediatas, no a un peldaño
sino a varios pisos por encima de nuestras capacidades.
Idealizan estos profesores lo que
deberíamos saber, cuando ellos mismos al decir “deberíais saber”
ya están expresando que NO lo sabemos. Un buen maestro se haría
cargo de esto: le importan sus alumnos, no el método, no la idea
fanática de que si no lo hemos deducido nosotros entonces no
merecemos saberlo, porque nos hará quién sabe qué terribles daños
un conocimiento no adquirido por uno mismo. Un constructivista de
éstos que abundan en las aulas nos sonríe dulcemente y nos dice que "pensemos más" o simplemente (caso real) se encoge de hombros y
nos acusa de no saber suficiente para su clase. Su exquisita clase,
donde los “tontos” como nosotros merecemos su indiferencia, que
ya se sabe que el constructivismo es sólo para los listos.
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"Basta de jueguecitos, ¡enséñenme algo!" |
El problema del constructivismo es que
a los profesores no se les enseña a observar y empatizar. Es
absurdo, es surrealista, pretender que un alumno alcance
conocimientos académicos ni siquiera básicos haciendo ejercicios en
un papel y con escaso apoyo. Si así fuera, para qué queremos
universidad, si con leer tres textos académicos y comentarlos en clase, o hacer en casa cuatro problemillas de matemáticas
para pequeños Einsteins, o resolver al tuntún supuestos de psicología para adivinos ya
sabríamos todo lo que hay que saber. Es obvio, tan obvio, que el
profesor debe ser un apoyo teórico y práctico constante y un guía activo en
estos niveles de enseñanza. Un poco de constructivismo controlado y puntual debe de ser estupendo, pero es evidente que pretender que un alumno
llegue a sus propias conclusiones implica un enorme riesgo de que tus
expectativas sean erróneas como profesor. Si no estás dispuesto a
ajustar el nivel, volver atrás, aceptar lagunas y jugar con el
material que realmente hay en tus alumnos, es decir, si no estás
dispuesto a saltarte tus rígidas programaciones, ¿de qué sirve el
método? Al final estás haciendo lo de siempre. Más enseñanza fría
y dolorosa que se olvida conforme se sale del examen.